«Te vistes como pobre»

Recuerdo la vez que estaba arreglándome frente al espejo para irme a la universidad cuando mi padre sale de su dormitorio, me mira mientras se hacía el nudo de la corbata y me preguntó: «André, ¿por qué te vistes como pobre?».

Solo atiné a reírme, porque no supe qué contestarle. No creo que los pobres tengan un outfit determinado ni tampoco creo que todos se pongan de acuerdo como para crear un ‘poor style’. Solo atiné a decirle que hacía frío, por eso tenía una polera debajo de mi chaqueta jean, algo bastante casual pero que a los ojos de mi padre , algo estéticamente pobre.

«Te vistes como pobre». Me quedé pensando en esa frase por largo rato. De hecho, no es que me afectara, solo me llamaba la atención el criterio por el cual mi padre llegó a esa conclusión. ¿Será que debo cambiar mi guardarropa? ¿O es mi estilo para cambiarme? ¿Qué hace que uno luzca como pobre? ¿Será que parezco desaliñado?

Nunca me cuadró bien hasta que un amigo de la universidad visitó mi casa durante una juerga. «André, ¡tú sí que vives como burgués!», me dijo con una sonrisa y medio sorbo de cerveza. «Nada, hermanito. Soy de abajo, de pueblo», le dije siguiendo el humor socialista.

La verdad es que no creo haber sido nunca de abajo. Siempre me he identificado con la clase media proletariada, pero trato también de tender mi mano para entender a la gente más rezagada en la escala social. Mi padre sí que empezó de abajo-abajo, él sí que nació en pesebre y gracias a su dedicación ha logrado muchas cosas, como pagarme la pensión en la PUCP.

Pero cómo son los contrastes en la vida. Mi padre esforzándose para escalar socialmente y su hijo vistiéndose como la gente de sus humildes orígenes. Los dos vamos en direcciones contrarias cuando se trata de estilos de vida. Imagino que se debe al sentido de necesidad. Mi padre desde pequeño tuvo esa necesidad de opulencia con mayor urgencia que yo al nacer en el ceno de una familia clasemediera.

Esta diferencia nos ha llevado a algunas discrepancias, porque manejamos un juicio de valor también muy contrastado. Lo curioso es que me dí cuenta esto en una borrachera familiar.

«Ese Ñato [mi apodo familiar], carajo… Ven sobrino, chupa chela con nosotros», me dijo un tío en la casa de mi abuelo que en paz descanse. «Tú sí que eres de los nuestros. ¡Campechano, carajo! No andas con vinitos y huevadas como tu padre».

Solo atiné a reírme y a acompañarlo con la cerveza hasta perder el conocimiento.

Lo curioso de todo esto que les cuento es que por momentos me pregunto qué carajo quiso decir Karl Marx con la conciencia de clase. Yo creo tenerla clara, pero resulta difícil sostener lo que tú bien consideras tu espacio social cuando no tienes las pruebas, recursos o incluso necesidades intrínsecas de sectores sociales muy definidos. Por más pobre que me vista, mi amigo aún pensará que soy un burgués por la casa donde vivo, pero aún así ser considerado por mis familiares como campechano y uno más de ellos del humilde barrio del Rímac.

¿Quién soy?

Qué pregunta más jodida. En la universidad era un izquierdista radical, luego asimilé unas cuántas ideas y me transformé a la socialdemocracia. Ahora creo mantenerme en ese lineamiento y trato de defenderme de las críticas por mi estilo de vida, pero seguro más adelante igualmente cambiaré de parecer y me iré flexibilizando hasta que la bilis me acabe la vida con tantos altercados sociales y políticos.

Ahora creo andar en automático, ya cansado de tanto ajetreo sociopolítico. Eso no significa que viva a espaldas del país. Igual lucho por las cosas que me parecen justas, pero no creo pertenecer ya a ningún bando ni tampoco quiero pertenecer a nada, aunque los más puristas crean que vivo equivocado de la vida.

¡Ya para qué!

Lo curioso de pensar así es que es una tendencia entre tantos que ya no se trata de un decisión original. ¡Todos somos únicos y diferentes! Sí, claro, como todos los demás. ¿Conclusión? Vive la vida y no dejes que la vida te viva. Grande Susy Díaz, carajo.

Foto: Steven Depolo – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons